Probablemente en alguna ocasión hemos oído hablar de alguna persona de la que se dice que ha muerto de pena poco después de morir una persona muy cercana, o bien que se ha dejado morir porque no tenía ganas de vivir. Aunque en algunos casos es una interpretación de lo que le ha sucedido al fallecido, este tipo de expresiones encierran una verdad que debe tenerse en cuenta: es posible morir por causas mentales y emocionales.
Recibe el nombre de muerte psicógena el deceso o padecimiento el cual se produce en ausencia de una patología o condición médica física que explique la muerte, y que tiene como principal causa la influencia de la psique sobre el funcionamiento del cuerpo y la energía necesaria para vivir.
Este tipo de fallecimiento suele estar vinculado a la vivencia extrema de emociones como tristeza, miedo o vergüenza generalmente vinculados al padecimiento de algún tipo de vivencia traumática con gran afectación para la persona.
En muchos casos el sujeto pierde la motivación para vivir y de hecho al cabo de un tiempo puede terminar muriendo. No se trata sin embargo de un fenómeno derivado de la depresión u otras condiciones psiquiátricas, sino que simplemente y a pesar de no ser algo intencional y pretendido (no se trataría de una forma de suicidio), el sujeto se rinde a la muerte al perder la voluntad para vivir.
Se conocen casos de personas que pierden la memoria de eventos traumáticos debido al intento de su mente por bloquear determinados recuerdos, o de otras que han padecido enfermedades médicas, convulsiones, parálisis o problemas del habla por causas vinculadas al sufrimiento a nivel mental.
John Leach, científico de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido), afirma en un nuevo estudio que un trauma psicológico puede causar en el cerebro cambios que conduzcan a una muerte sin motivo aparente.
Se trata de una circunstancia individual que el investigador británico definió como «give-up-itis», lo que puede traducirse aproximadamente como «estado de rendición».
Según el estudio, el ‘estado de rendición’ se manifiesta cuando la persona está segura de que la situación en la que se encuentra es desesperada. Aunque el individuo no sea propenso al suicidio, en su cerebro –hipotéticamente, en las estructuras subcorticales del lóbulo frontal (cortex del cíngulo anterior)– se producen sin embargo cambios funcionales que conducen a un agotamiento psicológico progresivo.
Si dejas de luchar, puedes morir. Las personas pueden morir simplemente porque se han rendido a la vida y sienten que la derrota es ineludible, según una nueva investigación.
El científico destacó cinco etapas del «estado de rendición»:
- El individuo, tras sufrir un trauma psicológico, empieza a evitar contactos sociales.
- Luego desarrolla una apatía profunda.
- Sufre abulia, que se expresa como falta patológica de voluntad y deseo de participar en cualquier actividad. El paciente se niega a comer y deja de cuidarse. No obstante, tiene aún capacidad de atender a las solicitudes de otras personas, que pueden ayudarlo a salir de ese estado.
- La abulia deviene en acinesia psíquica: cuando una persona deja de reaccionar al dolor y no evita el efecto traumático de factores externos. Se conoce el caso de una mujer que, bajo ese padecimiento, quedó sola en una playa y sufrió quemaduras de segundo grado.
Si no se revierte el proceso, la muerte generalmente sobreviene dentro de las tres semanas siguientes a la primera etapa de la rendición.
Sin embargo, esta relación puede llegar incluso más allá de lo que la mayoría de personas suele pensar: nuestra propia mente puede llegar a causarnos la muerte. Este tipo de muerte es conocida como muerte psicógena, y es sobre ella sobre la que vamos a hablar a continuación.
Un trauma severo podría provocar el mal funcionamiento del circuito cingulado anterior de algunas personas. La motivación es esencial para enfrentar la vida y si eso falla, la apatía es casi inevitable.
La buena noticia es que este tipo de fallecimiento que se puede evitar, trabajando en primer lugar en el incremento de la actividad de la persona, así como en su percepción de control sobre su propia vida y en la reestructuración de creencias desadaptativas y disfuncionales.
También deberá tratarse la situación traumática que ha podido generar el inicio del proceso, así como estimular el compromiso con uno mismo y la reinstauración de hábitos saludables para poco a poco añadir un trabajo sobre la socialización y la participación comunitaria. Puede resultar relevante ayudar a encontrar metas vitales al sujeto, motivos para vivir y hacia los que orientarse.
Asimismo la psicofarmacología puede ayudar a fomentar un aumento de las ganas de vivir, mediante el uso de estimulantes y sustancias como los antidepresivos para fomentar la actividad y reducir la pasividad.
Los investigadores creen que el proceso se puede revertir a través de la actividad física y/o cuando el paciente logra sentir que la situación está al menos parcialmente bajo su control. En esas condiciones, el organismo produce el neurotransmisor dopamina, que ayuda a las neuronas a transmitir señales que mejoran el estado del paciente.
Fuente: Internet
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