Cuando piensas en un imán lo primero que te viene a la mente es ese que tienes pegado en el refrigerador. También puedes pensar que es uno como el de la imagen, o quizás uno más grande como los de los dibujos animados. Ambos existen, pero hay muchos otros tipos de imanes.
Por ejemplo, están los imanes permanentes que siempre tienen fuerza magnética y por esto su nombre. Es decir, no puedes prender o apagar este iman. Están hechos de materiales ferromagnético, que son aquellos que tienen átomos y moláculas con campos magneticos posicionados perfectamente para que todos tengan más fuerza.
Los imanes permanentes pueden ser clasificados en cuatro grupos más: Neodimio, Hierro, Boro, Samario, Cobalto, aleación de acero y de cerámica o de ferrita.
Los dos primeros tipos son los más fuertes y difíciles de desimantar. Sin embargo, también son los más raros porque vienen de materiales conseguidos en el suelo de la tierra. El tercer tipo, la aleación de acero, es el que no se ve afectado por temperatura pero es más fácil de desimantar. Por eso, estos son usados con frecuencia como herraduras.
El último, de cerámica, es el más usado y es lo opuesto al de aleación de acero porque son muy fuertes pero la temperatura los afecta bastante.
También existen imanes temporales, que son aquellos que cuando desaparece su campo magnético pierden sus habilidades de imán. Un ejemplo clásico que vemos siempre son los clips y los clavos de hierro.
Los electroimanes son solo magnéticos cuando pasas electricidad a través de ellos y pueden llegar a ser muy poderosos. Puedes hacer uno por tu cuenta si tomas un núcleo de hierro y lo envuelves en cables que pasen electricidad a través. Mientras más cables hayan más fuerte será el imán.
Por último tenemos los superconductores que son los más fuertes de todos. Son parecidos a los electroimanes pero no necesitan el núcleo de hierro y el cable que usan es especial que funciona solo en condiciones frías.