Dicen que al morir, nuestras almas se quedan para siempre con la inercia de nuestros cuerpos depositadas en el ataúd de un frío cementerio, pero los sacerdotes dicen que no es así.
Ellos aseguran que los espíritus de las personas fallecidas deambulan dentro de las iglesias para conseguir el perdón de Dios y, de esta manera, pueda no btener el misericordioso indulto de su amor, que las libere de los castigos eternos a los que fueron condenados en el infierno.
Fuente: La Industria